viernes, 21 de junio de 2013

Esperanza?

Hay salida. Está, por ahí. En algún lugar hay una luz que te saca de esta oscuridad. Pero, ¿dónde?

Hoy me ha dado por reflexionar. Sobre mí, lo que me pasa, lo que me ha influido, y todo lo que ha cambiado. Mi vida. Mi personalidad. Ese afán de perfeccionismo y obsesión que me ha llevado a esto. Y lo peor, es que cada vez me veo mas dentro, en vez de salir. Y sí, la gente te puede obligar a comer, pero tienes que cambiar el chip. Think different. Pensar en la comida como algo bueno y que te da vida,  no verla como tu vida. Come para vivir, no vivas para comer. Pero claro, pasar de la teoría a los hechos es lo difícil. Y cada vez estoy más obsesionado, y más ansioso....

Ya ni estar con mis amigos. En fin.

jueves, 20 de junio de 2013

Un Gran Día

Médico. Cómo no. Otra vez lo mismo. Esa eterna espera, que dice cómo lo has hecho en las últimas semanas: ¿Subir, bajar? Nerviosismo. Al final, llega el momento. Aunque te digan que es mejor no mirarlo, que lo importante es la actitud, tú lo haces. Y un simple número puede hacer que se te venga el mundo encima (o no).

Hoy me ha tocado. He tenido que ir, porque en el fondo, nunca es un momento agradable. O ganas tú o ganan tus padres. De todas formas, vas a acabar mal. Hoy me ha tocado ganar a mí: no he ganado peso (he perdido incluso un kilo) a pesar de haber tenido más de un atracón. Igual ha tenido algo que ver el haber estado evitando las comidas el resto de veces... Esto me ha hecho darme cuenta de que quiero salir de aquí. No quiero ir dando bandazos: quiero comer mis raciones normales, no comer tres macarrones y dos horas después inflarme a chocolate. Es duro, pero es así. Tras una larga charla con el médico, hemos llegado a un acuerdo: me aumentan las raciones de las comidas. No puedo comer y quedarme con hambre, porque luego pasa lo que pasa. Lo que pasa es que no sabía que yo había desayunado una basura, y me estaba muriendo de hambre.

Por eso, nada mas llegar a casa... atracón. Atraconazo, mejor dicho. Chocolate, tostadas, mantequilla, galletas, nutella... todos esos alimentos que luego me dan asco y evito. Y no podía parar. No quería, porque la técnica que he usado ha demostrado ser eficaz: luego como poco, me salto la merienda y listo. Pero no. Ahora estoy con remordimientos. Pero, con suerte, esta vez son distintos: no son los remordimientos de: voy a engordar, me voy a poner como una foca... no, son los remordimientos de: qué mierda de dieta estoy cogiendo, así no voy a ser sano... Pero es que me encanta. Cada bocado de chocolate es un bocado de esa libertad que yo mismo me he quitado: la libertad de comer bien. De comer normal. Estas subidas y bajadas no pueden ser buenas. Además, nada de ejercicio, porque todavía los mareos están ahí. Me he dicho: 'Mañana empiezo con una alimentación equilibrada'. Pero no. Tiene que ser hoy. No puede esperar más. Es una carrera contrarreloj, y cada segundo es oro. Cada segundo afecta a tu salud. Que madre no hay más que una, pero salud también. Y se me está jodiendo por momentos. Tic, tac, tic, tac... el tiempo corre. O empiezo ya o esto no acabará nunca.

Estoy determinado. Determinado a dejar las mierdas. Determinado a empezar de cero, por difícil que sea. A aprender a comer 100 gramos de macarrones sin sentirme mal y luego controlar mi instinto con el chocolate y las galletas. Porque así no, hay algo que no está bien. No puedo afirmar para nada que sea más feliz que antes de todo esto. Porque eso es mentir. Necesito recuperar: ganas de vivir, energía, control, felicidad... Cosas que parecen que han desaparecido. Pero no. Están ahí. Y yo os voy a encontrar, cueste lo que cueste. Porque esta vez sí. Es la definitiva.

Una reflexión:



Y es que tiene razón. Hay que empezar a creer en uno mismo, a creer en una recuperación. En un término medio.

miércoles, 19 de junio de 2013

Bienvenidos

Estimado lector (si es que alguien lee esto alguna vez)

Padezco un TCA: Trastorno de la Conducta Alimentaria. Esto lleva persiguiéndome un tiempo ya, y parece no tener fin. Empezaré contando mi historia:

 Todo empezó con una idea: adelgazar. Adelgazar, adelgazar, adelgazar... era la única idea en mi cabeza. Así que empecé con mi ''dieta'' particular: dejé de hacer la carne con aceite, luego le siguió el evitar el pan, el chocolate... y así hasta que no comía. Todo lo que podía lo echaba de mi cuerpo: ya fuera vomitando, o echándolo al contenedor. La pérdida de peso era imparable: kilo por semana como mínimo. Pero no. Siempre era demasiado poco. Necesitaba más. Quería estar más delgado. Y con el dejar de comer, vino el ejercicio compulsivo, las caminatas kilométricas... Todo esto derivó en mi aislamiento social (y físico). No podía (físicamente) ni quería (psicológicamente) salir. Mi mundo giraba en torno a mi imagen, mi figura. Se había quedado reducido a eso. Todos mis hobbies, mis aficiones, mis gustos... habían pasado a un segundo plano. Incluso mis amigos y mi familia. Todo lo que me importaba era cuántas calorías ingería en el desayuno, en la comida, y en la cena. Me daban igual los mareos, el frío constante, la sensación de malestar... siempre era más. Más, más, más... sin fin. Hasta que me viera bien. Lo que no era consciente era que ese momento no llegaría nunca, y lo único que estaba haciendo era AUTODESTRUIRME.

 Mi personalidad cambió radicalmente. Cuando el mundo de una persona gira en torno a unas calorías, lo que entra en tu cuerpo, no es de extrañar que acabes depresivo. Te obsesiona. Buscas siempre la forma de comer menos, evitarlo... al final, lo que quieres es MORIR, porque es a lo que te lleva este camino. Mucha gente te pregunta '¿Cómo puedes pensar así?'. Como si yo fuera capaz de pararlo... Esta obsesión te come, poco a poco, come tu vida, come tu felicidad, tus amistades, tus ganas de vivir, todo... Empiezas a pensar '¿Para qué?' '¿Para qué estar aquí, si no me veo bien?' La idea de desaparecer se hace cada vez más atractiva. Mientras todo esto pasa en tu cabeza, no te das cuenta de que el mundo gira: si no te montas, acabarás descolgado para siempre. La gente puede pasarlo mal por ti, pero al final, quien se queda en su casa, eres tú. A parte de una madre (y a veces ni aun así), la gente llorará por ti, les darás pena, pero sus vidas seguirán. Y la tuya no. Tú te quedarás estancado pensando en calorías.

 Cuando llega el momento en el que el médico te dice: 'Estás demasiado delgado. O engordas o te ingresamos' tu cabeza no puede más. Todas las salidas que tiene este problema son malas, y al escoger cualquiera te parece que cometes un error. Si decides seguir en tus trece, no comer, y acabar en un hospital, todo el mundo sabe lo que te espera ahí. En cambio, si decides que ya es suficiente, que no puedes acabar con tu vida de una manera así, prepárate. No es tan fácil, no es fácil olvidar eso de un día a otro. Prepárate para sentirte gordísimo, sin autoestima, depresivo... Olvídate del alcohol (sí, el alcohol,  esa bebida por la que haces ayunos de varios días, para poder beberla sin sentirte una mierda), porque te vas a pasar el día drogado a pastillas, en el fondo, porque es el camino fácil. Es muy difícil soltar esos nudos que se han formado en tu cabeza y te impiden pensar bien. Pero te jodes, y lo haces. Empiezas a comer. Empiezas a descubrir esos sabores que ya tenías olvidados: el de una ensalada con aceite, una pechuga bien hecha... Ese asco que le tenías a la comida desaparece día a día, y acaba pasando a convertirse en una obsesión: más, más, más... pero ahora no me refiero al adelgazar, me refiero a la comida.

Entras en la fase de los temidos ATRACONES. Encima, es una cosa que no puedes evitar, ¡cómo privarse de esos alimentos que hace tanto que no tomas! Chocolate, bollos, croissants, palmeras, mantequilla, pizza, tartas... Todo, lo quiero todo. Y no puedes controlarlo, deseas quedarte solo para tener tu momento de paz y de atracón. Pero después del gran atracón, vienen los problemas: te das cuenta de que te has pasado. Y para ello hay dos soluciones: o te jodes y te quedas, o lo vomitas. Vomitando, también vomitas tus miedos a engordar. Después de tanto tiempo vomitando, como en mi caso, el cuerpo no da más: está harto. Tu esófago. Tu garganta. Son órganos dañados por todo el ácido que reciben. Así que nada. Come y calla. Una vez más, te ves sin salida, pero aun así, tienes el reconforto de que no pesas una mierda (así de claro) y que tienes un ''colchón'' por lo que pase. Porque claro, el peso, lo ves cada semana, o dos semanas, está prohibido mirarte.

Y coges, coges... Se despierta tu instinto culinario. Mil visitas al super para ver que es lo que más rico está (y con qué puedes atracarte mejor) Sales de una espiral mala para entrar en otra peor. Porque tu peso te sigue obsesionando. Tu imagen. Pero el deseo es más fuerte. Al fin y al cabo, somos humanos, ¿no?

Y aquí estoy: intentando salir. Salir de la anorexia para entrar en la bulimia. A la gente le da miedo pronunciar estas palabras, pero al final, es lo que es. La única forma de afrontar un problema es darse cuenta de que este de verdad existe. Y si le pones nombre, mejor. Ahora, me toca dejar de pensar en comida todo el día, de empezar a recuperar esas amistades, que, aunque parezcan tan lejanas, siempre han estado ahí, y de volver a hacer esos hobbies. Y aun así, los restos de la anterior enfermedad se notan día a día: si no desayunas, antes de las once de la mañana ya te habrás desmayado.

La mente, ese lugar tan profundo, donde se esconden nuestras miserias, obsesiones... Hay que sacar todo a relucir: tu perfeccionismo, autoexigencia, problemas psicológicos. Porque al final, un TCA es un reflejo de algo que se esconde ahí. El problema es: ¿el qué?